El próximo jueves celebraremos un nuevo día del Libro.
La motivación de mi entrada está dirigida hacia él como protagonista de su propio futuro incierto. Por ello, me gustaría plantear una incógnita: ¿Qué entendemos por ese conjunto de hojas de papel impreso, unidas por un lado, al que llamamos libro?
Borges (1952) en su “Nota sobre (hacia) Bernard Shaw”, nos habla sobre lo qué es un libro:
“Un libro es más que una estructura verbal, o que una serie de estructuras verbales; es el diálogo que entabla con su lector y la entonación que impone a su voz y las cambiantes y durables imágenes que dejan en su memoria. Ese diálogo es infinito (…)”.
El libro ha sido reconocido desde la antigüedad como un objeto cultural, como ese instrumento fundamental en la educación y la cultura. A partir de la revolución que significó la imprenta y las nuevas condiciones sociales y económicas, fueron alentando el crecimiento del negocio del libro, presente en ferias comerciales fechadas hacia finales del siglo XV en Europa.
Son los inicios de su consideración como producto industrial, que empieza a movilizar una cadena con numerosos eslabones: autores, diseñadores, formadores de páginas, trabajadores gráficos, editores de textos, correctores, empresarios editoriales, agentes literarios, distribuidores, libreros, bibliotecarios, y cómo no, el destinatario final: el lector.
Llegados a este punto vuelven las preguntas incómodas: ¿Dónde están los lectores? ¿Son muchos? ¿Son suficientes?
Cada vez se venden más libros de muy pocos títulos, es el fenómeno denominado como «star system»: un conjunto más o menos numeroso de autores, conocidos por el gran público, con presencia programada en los medios de comunicación, que garantiza una venta rápida de sus títulos en la sección de novedades. Poquísimos libros «afortunados», obtienen el favor de la mayoría del público (fenómeno editorial), que se acerca a las ferias nacionales y que gozan de la promoción de ciertas librerías. Lo que ocurre a continuación es que estas librerías se van convirtiendo en meros grandes almacenes de novedades de cuatro o cinco sellos editoriales y, cuales ofertas en un supermercado, su exhibición dura unos pocos meses y después caen en el olvido.
Por otro lado se encuentran los lectores habituales, aquéllos que se acercan a las editoriales pequeñas, más exigentes y de otro tipo de calidad, y que continuamente buscan nuevos canales de distribución, en aras de una cierta visibilidad.
En esta cadena apuntada, con sus desconciertos ocasionales, sus aciertos y sus fisuras entre su polo más comercial y el más exigente, han de confluir ambos en la prevalencia de su original carácter abierto, fomentando el lugar que ocupa el objeto libro en la memoria y en la imaginación de los lectores. La continua revolución cultural nos obliga a tener presentes tres culturas escritas: la escritura a mano, la publicación impresa y el mundo digital (del que hablaré en otra entrada al blog).
Y finalmente, qué decir acerca de la cuestión recurrente de estos días, que aparece ya desde su enunciado, casi sin respuesta, ¿se hace todo lo que se puede para promocionar la lectura, ya no, los libros? Yo tampoco la tengo, pero si he de deciros que prevalece en mi una inquietud personal y profesional, la de crear una conciencia lectora para hacer del libro, de ese objeto, una plataforma de diálogo, encuentro y relación sin obligación.
Edited by Olivia Palacios.